Apenas estaba empezando yo mi vida durante
la década del noventa. De ésta época, poco me acuerdo, pero la mayoría de mis
memorias son alegres, una que otra experiencia que disfruté mucho o por el
contrario, muy poco. Para mi los noventa, fueron mi infancia; jugar, correr,
reír… la situación política y social del país eran en ese momento completamente
ajenos a mi. Apenas y recuerdo haber visto los rostros de los principales
personajes del momento; políticos, periodistas, cabecillas, etc.. El auge del
narcotráfico, que vio a Colombia sumida en violencia y corrupción, y que cambó
profundamente a nuestra nación era completamente inexistente dentro de mi
diminuta realidad.
Desde la década de los ochenta el negocio
del narcotráfico y el dinero fácil, el funcionamiento de nuestro país cambió,
agravando su situación de violencia; y entrando en los años noventa, tras la
muerte de Pablo Escobar, parecería que llegaba el fin de los grandes carteles
del narcotráfico en Colombia. Pero sabiendo que el narcotráfico llegó a permear
desde la población más vulnerada y vulnerable, hasta quienes poseían los más
altos cargos del poder público, resolver éste problema, de tal magnitud, se
volvió una tarea de extremamente difícil.
Como colombianos, la mayoría veían el
problema de Colombia como una situación ajena, así como cuando vemos a un
adulto mayor intentando pasar una calle con mucho tránsito, pero no nos tomamos
la molestia de ayudarle. El problema de los colombianos, en los noventa y aún
hoy en día, es que estamos todos esperando que nuestro problema sea resuelto;
esto sin tener en cuenta que los que están “resolviendo” nuestro problema son
también causantes del mismo.
El poder que llegó a tener el narcotráfico,
creó oleadas de miedo; pocos se atrevían a alzar la voz, y muchos murieron en
su intento por abrirle los ojos al pueblo colombiano e intentar atacar al
problema desde su raíz. Durante la conferencia, pronunciada el 14 de febrero de
1997, en la Universidad Autónoma de Occidente, en Cali, el periodista Jaime Garzón
comenta que lo que él hace es enumerarle al pueblo colombiano sus penas para
que ellos reaccionen, pero el pueblo se limita a reírse. Nadie querría
apropiarse de un problema tan grande como el de la violencia y el narcotráfico
en Colombia, pero es necesario para que éste sea resuelto, que alguien tome la
decisión de hacerlo suyo.
Durante la década del noventa, la
información se conocía, se conocía la situación del país, pero pocos, casi
nadie hacia algo al respecto. Colombia, como lo dice Garzón en su conferencia,
era (y tal vez sigue siendo) un país de gente que vive en un espacio por
casualidad, pero que en realidad no hace parte ni de una nación ni de una
comunidad.
En la misma conferencia, Garzón, recalca a
los estudiantes presentes, que nosotros como colombianos, no hemos encontrado
nuestra identidad y por ende no logramos llegar a una colectividad; esto es lo
que no nos permite lograr una cohesión lo suficientemente fuerte para dar fin a
las trabas que tiene nuestro país.
Para mi, los noventa en Colombia, fueron un
momento de transición donde la sociedad colombiana tuvo que enfrentarse a que
el narcotráfico y la corrupción, no pertenecían únicamente a los grandes capos,
los carteles, los empresarios y los políticos, sino que pertenecía a todo pueblo colombiano, porque nos
afecta a todos. Pero el proceso de adueñarnos
de los problemas de nuestro país es lento y podemos ver claramente que desde
hace dos décadas no se ha resuelto; tal vez el narcotráfico ya no tiene la
capacidad y el poder que si tuvo hace veintidós años, pero la corrupción sigue
siendo vigente y no hemos aprendido a dejar la avaricia y a trabajar por una
nación que aunque necesita muchísimos cambios y mejoras, estoy segura se puede
sacar adelante.
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